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Luces



 “Qué ilusa, como iluso fue aquel que le prometió la eternidad a su lado.”
Por fin había terminado de empacar mis maletas, estaba segura de que este viaje traería muchos cambios a mi vida y a la de Daniel. Él siempre había sido un hombre correcto, amoroso, devoto y muy apasionado. Era perfecto.
Habíamos quedado de vernos en  la estación de trenes a las seis de la tarde, Daniel tenía que entregar unos textos corregidos y no alcanzaba a venir por mí, pero prometió que estaría ahí mucho antes que yo, y le creía, jamás me había fallado. Con dificultad bajé las enormes maletas hasta el auto y me dirigí con emoción al lugar acordado. Sentía ansiedad, de esa que hacía que las puntas de los dedos se te derritieran; ahí a dónde íbamos nadie nos conocía, nunca nos juzgarían y tampoco harían comentarios inapropiados sobre nosotros. Creo que jamás entenderé por qué sus amigos decían que yo no era merecedora de su compañía, y mi familia tampoco creyó que un hombre como él pudiera fijarse en mí, ¿tan poquita cosa me consideraba?
Recuerdo haber cuestionado a mi madre en alguna ocasión y ella, tajante, solamente me dijo que debía de tener los pies bien puestos sobre la tierra. No volví a preguntarle, sus palabras eran como afilados cuchillos que se anidaban en mi pecho y con cada respirar iban rozando mi piel para herirla. Miré mi pequeña casa por última vez y comencé el viaje de mi vida, ¡qué trillado sonaba eso!
Al llegar a la estación busqué a Daniel con la mirada: la ansiedad se había ido para dar paso al nerviosismo que me invadía. No lo encontré, así que me dirigí a la cafetería y ordené un sándwich y un café mientras lo esperaba, pensé que a lo mejor había tenido problemas de tráfico y por eso no estaba ahí. No había comido nada en todo el día, quizás había sido por los nervios y la dicha que me llenaban el corazón. La mesera trajo mi comida y a la vez me regaló una sonrisa reconfortante: eso me animó mucho más. Comí tranquila mientras pensaba en las cosas que haríamos en la casa, era uno de los lugares más bonitos que había visto en mi vida: tenía un jardín enorme, con flores de distinto colores y uno que otro árbol; la casa no era muy grande u ostentosa, lo suficiente para que la habitáramos Daniel y yo, y tal vez un pequeño miembro más que se adhiriera a nuestra familia. Pero lo que más amaba de aquel que sería nuestro hogar, era el inmenso lago que tenía enfrente: un lago de esos que sólo veías en las películas; y si eso no era suficiente, uno podía estar más cerca del cielo si caminaba por el pequeño muelle que lo atravesaba. Era la casa perfecta, ideal para compartir la vida con la persona que uno ama y con quien te devuelve todo ese amor.
El sonido que emitía mi celular desde el fondo de mi bolsa me hizo reaccionar, respondí con la voz de un niño que recibirá el regalo que tanto había estado esperando.
-Victoria, cariño. No voy a poder llegar a la estación antes de que salga el tren, mi jefe me retuvo y necesito quedarme para aclarar algunos asuntos con él. – la voz de Daniel sonaba angustiada, como si temiera perder su empleo si no obedecía las exigencias de su patrón.
-Entonces trataré de cambiar los boletos para más tarde, ¿te parece? –pregunté mientras miraba a mi alrededor, sentía una angustia muy grande de repente, pero no tenía porqué sentirme así, Daniel jamás me mentiría.
-¡No, no los cambies! Escúchame, ¿sí? vamos a hacer esto: vas a ir a la taquilla, dejarás mi boleto ahí, indicarás mis datos y te subirás a ese tren para que llegues a tiempo a la casa, puedes descansar un poco y yo llegaré en cuanto pueda. –él sonaba seguro de sí mismo y me hacia recobrar la tranquilidad que había perdido minutos atrás.
-Está bien, aunque habría sido más lindo irnos juntos, ¿estás seguro que no quieres que te espere aquí? Puedo cambiar los boletos, de verdad… –dije con un poco de pesadumbre en mi voz.
Pasó casi un minuto antes del que Daniel hablara de nuevo.
-Vic, hazme caso. No quiero que pierdas el tiempo por mi culpa, voy a estar ahí para la cena, te lo prometo. –no dijo más, pero yo sabía que esa era su forma de darle punto y aparte a las discusiones.
-Llámame en cuanto te subas al tren, por favor. –Aguardé un poco antes de despedirme de él.- Te estaré esperando –dije una vez, pero con más emoción y haciéndole saber que así sería.
-Ahí estaré, preciosa –era una promesa, y él jamás había roto una de esas conmigo- y ¿Vic?.. -guardó silencio por un momento y después me dijo las palabras que se volvían abrazos para mí.- No olvides que te amo.
Dicho esto colgó el teléfono y yo no pude decirle que también lo amaba, aunque estaba segura de que Daniel sabía que así era. Después de guardar el teléfono en mi bolso, saqué un billete y lo dejé sobre la mesa, eso cubriría la cuenta y la propina de la chica que me había atendido. Al llegar a la taquilla, una señorita me preguntó qué era lo que se me ofrecía, sabía muy bien a qué iba, pero se me ocurrió algo mucho mejor. Le había dicho a Daniel que sería lindo irnos juntos, así que eso haríamos. Miré a la vendedora de boletos y le pedí que me los cambiara para un par de horas más tarde, ella se portó de lo más amable e hizo el cambio. Sabía que a él le iba a encantar la sorpresa.
Dieron las seis, las siete y cuando faltaban diez minutos para las ocho, sentí que había despreciado un tiempo valiosísimo y que mi sorpresa se había arruinado por completo. Me sentí  muy mal cuando no llegó, y pude darme cuenta de que ese par de horas pude haberlo utilizado para prepararle una sorpresa en casa.
Decidida caminé nuevamente hasta la taquilla para dejar el boleto de Daniel y pedirle a la chica que se lo cambiara, me sentía muy apenada con ella, pero su amabilidad había sido infinita. Agradecí por última vez sus atenciones y volví a la sala de espera.
Todo había sido muy rápido: justo cuando me senté, oí la voz de una mujer que anunciaba la salida del tren. Al percatarme, caminé rápidamente y arrastré las dos maletas como pude, pronto estuve en el andén. Miré a mi alrededor, había muchísima gente; niños, ancianos, jóvenes, era como si el mundo se hubiese puesto de acuerdo para viajar hoy.
Todavía faltaban veinte minutos para salir, pero debíamos estar atentos si no queríamos perder el tren, y yo no quería volver a perderlo.
El viento había comenzado a soplar con más fuerza, me acomodé el abrigo y la bufanda, pero nuevamente fui interrumpida de mis vanas actividades por el teléfono celular, pero esta vez no era una llamada sino un mensaje de texto, eso me extrañó bastante, Daniel no acostumbraba a escribirme. Tomé el aparato y vi la pantalla, por más extraño que pareciera era un mensaje de Daniel, lo abrí de inmediato y al hacerlo le di paso a un demonio que venía a consumirme, a terminarse lo poco que quedaba de mí. La esperanza y la pizca de inocencia que nos regalan cuando venimos a este mundo:
“Victoria, no sé cómo comenzar, pero tampoco voy a extenderme demasiado. No voy a irme de aquí, no puedo abandonar este lugar ahora. Mi mujer está embarazada, ¡ha sido un milagro! Y una de las mejores noticias que he recibido en mucho tiempo. Perdóname por haberte mentido así, estaba dispuesto a dejarla, pero ya no, no puedo hacerlo.
No olvides que te amo, de verdad te amo. Disfruta la casa y utiliza ese corazón tan grande que tienes para perdonarme.”
Leí el mensaje una, dos, tres veces y no podia creerlo. ¿Su esposa? ¿Un milagro?
Sentí cómo los ojos se me llenaban de lágrimas, el cuerpo me temblaba. No era posible que todo eso fuese verdad. Era increíble que hubiese tenido las agallas y la astucia suficiente para cometer un acto tan cruel y cobarde. ¿Cómo hacía una persona para vivir una doble vida? Habíamos estado juntos cinco años, y nunca dude de él, jamás me dio motivos ni excusas baratas, no había hecho nada que me hiciera pensar que algo así podría estar ocurriendo.
Estaba demasiado confundida, no entendía nada y me negaba a creerlo. Como siempre, uno se niega a ver la realidad porque el golpe cuando te caes de vuelta al mundo terrenal es muy duro, necesitas más que un té y una charla para sanar las heridas que te causa la caída.
Una pareja que pasó frente a mí, hizo que me diera cuenta de lo estúpida que había sido, ese hombre me había mentido de la peor manera, se había burlado de mí. Ahora entendía por qué sus amigos, los pocos que conocía, no sentían que yo pudiera merecer un lugar en su vida, tal vez pensaban que yo estaba de acuerdo en ser la amante de Daniel y mi familia, ¿lo sabrían? No, no creía que mi madre e incluso mi padre fueran capaces de ocultarme algo tan bajo, pero quizás lo sospechaban y por eso mi mamá me había dicho que tuviera los pies en la tierra, que el amor no solo se sentía con el corazón sino que también había que amar usando el cerebro. Había fallado. Confié ciegamente en él y ahora estaba sola en una estación de trenes, esperando para viajar a una casa vacía, al desolado pueblo que pronto se había cubierto de melancolía y rabia.
Comencé a caminar hacia el final del andén hasta llegar a las escaleras por las que los de mantenimiento bajaban, me sostuve del barandal y miré desde ahí a toda la gente que aguardaba por el tren, sonreí con tristeza. No entendía la bofetada tan brusca que me estaba dando la vida, me sentía sucia y muy culpable. De pronto me di cuenta que no era la única afectada, no solo se había burlado de mí, estaba su esposa, no debía ser una mujer mala si ansiaba tanto tener un hijo, si el hecho de que hubieran podido concebir había sido un milagro, seguramente era una ingenua y buena mujer. Sentía mucho asco, todo el amor que sentía por Daniel me producía un horror y escalofrío en todo el cuerpo. No era yo, esa que se había metido con un hombre casado sin saberlo no era yo, esta mujer que estaba en mi cuerpo era una mala mujer, una cualquiera.
Sentía tanta vergüenza que me era imposible pensar con claridad, dentro de mi cabeza había un sinfín de pensamientos, todos me llevaban al mismo sitio, la casa del lago. Ese lugar donde iban a continuar mis sueños, un escondite en medio de la nada y a la vez tan cerca de todo. Sentía como si todas esas personas que estaban esperando para irse de ahí estuviesen juzgándome, pero nadie lo hacía, ni siquiera me miraban. Yo no era nadie para ellos, tampoco era alguien relevante en la vida de Daniel, su esposa llenaba todos los vacios que había en su oscuro y podrido corazón. Y mi familia, una vez más brillaba en mi mente por su ausencia. No podia vivir así, todo se había terminado. La decepción y mi futura soledad eran más fuertes que yo.
Mi madre me había dicho muchas veces que la gente no se suicidaba porque quisiera morirse sino para dejar de sentir dolor. Eso era lo que  me pasaba a mí; sentía un dolor profundo atravesarme el pecho, me costaba respirar y el poco aire que aspiraba tenía su aroma, estaba lleno de él. A pesar de lo que me había hecho, de su cobardía e insensatez, lo amaba, le había entregado mi vida, mi alma, el corazón. No iba a dejar de amarlo nunca y esa certeza me pesaba.
La gente comenzó a levantarse de donde estaba, los niños se acercaban un poco más a la orilla del andén y sus madres los jalaban de la ropa porque era peligroso, sería una tragedia enorme que se alguno cayera a las vías.
Yo vi las luces del enorme aparato y sonreí, por fin había llegado el tren que tanto había esperado. Pero a diferencia de los demás, mi viaje terminaba ahí.
 Stella Caulfield

Sin titulo


How happy is the blameless vestal's lot? The world forgetting by the world forgot. Eternal sunshine of the spotless mind, each prayer accepted and each wish resigned.
Alexander Pope

Me gusta mirarla cuando no se da cuenta.
Esa mañana también me había levantado antes que ella, como siempre. Aun con la marca de la almohada en su rostro era perfecta, sus mejillas rosadas por causa del calor que comenzaba a sentir, hacían que su piel se iluminase; ¿cómo era que alguien pudiera hacerte sentir tantas cosas a la vez? Aun no lograba descifrar ese enigma.
Mientras me ponía la bata, la miré a través del espejo del tocador y pude notar como revolvía las sabanas con sus piernas. Su piel siempre me había gustado, era de un tono casi perfecto, mucho más claro que el color de mi piel, con el mínimo contacto con el sol se enrojecía, pero para mí, ahí es donde radicaba su belleza. Esa facilidad suya para sonrojarse.
Salí casi de puntitas de la habitación para no despertarla, preparé café, tosté unos panes en la tostadora y saqué mermelada del estante que estaba a mi costado. Era el desayuno perfecto, el que más le gustaba a ella. Me puse a revisar algunas cosas del trabajo mientras el agua para el café se calentaba, por tonterías del destino llegué a un anuncio sobre un crucero que duraría dos semanas por el Caribe, todo pintaba perfecto, ella amaba el mar, muchas veces habíamos hablado de ir juntas, pero yo me rehusaba un poco por el temor que le tenía, creí que esta sería una magnífica oportunidad para demostrarle cuanto la quería y las cosas que era capaz de superar por ella. Me sentía feliz y estaba segura de que su sonrisa se haría más emotiva cuando le diera la noticia. Arreglé todo con rapidez pues había que zarpar al día siguiente, quizás era un viaje algo apresurado, pero qué más daba, ambas teníamos vacaciones aun. Una vez finalizado el proceso de compra y confirmación, me levanté de la mesa donde estaba la computadora y caminé nuevamente hasta la cocina, el agua ya estaba hirviendo así que tomé una cucharada de café y la vertí sobre la olla. El aroma a cafeína y cacao inundo la habitación, serví dos tazas y puse todo en una pequeña charola que tenia para ocasiones especiales como esa; en mi mano estaban los boletos que había imprimido para mostrárselos una vez que se despertará y sonriera por el detalle, sí, podía llegar a ser muy cursi, pero todo era su culpa.
Mientras caminaba hasta la habitación sentí el corazón acelerado y también pude olisquear el rubor que se ceñía en mis mejillas. Abrí la puerta con cuidado, para no hacer ruido, la empuje despacio con mi espalda y comencé a canturrearle una de sus canciones favoritas, estaba contenta porque me gustaba despertarla con sorpresas así, giré lentamente los talones y lo último que escuche fue la taza de café aterrizando en el piso.
Se me había olvidado que ella hacía tiempo que se había ido de mi lado.
Tire los boletos impresos al pie de la cama y volví a recostarme, dormiría y volvería a repetirse la escena, siempre era así, no podía aceptar que ella hubiese abandonado nuestro hogar. Ya no estaba y yo seguía volviendo trayéndola en sueños.


Stella Caulfield
Creí que tendría un final diferente...

Cenizas


Cenizas
Ethan había entrado a su casa sin ganas, la noche era fría y sin embargo no sentía nada más que un calor insoportable recorrer su cuerpo. Se sentó en el comedor y se llevó las manos a las sienes para masajearlas un poco, cerró los ojos con fuerza y respiró profundo. Cuando abrió los ojos se topó con un sobre blanco que llamó mucho su atención, su nombre estaba escrito en el, seguramente la mujer que limpiaba su casa lo había dejado ahí antes de irse, lo tomó con manos temblorosas y lo abrió de una manera casi desesperada, leyó rápidamente el contenido y se detuvo un momento cuando vio su nombre, el nombre de ella en ese pedazo de papel, una sonrisa se dibujó en sus labios para tornarse en una mueca llena de dolor. Dejó el papel sobre la mesa y se levantó de la silla, tomó su chaqueta, su paraguas y salió dando un portazo.
Paris, 30 de Agosto de 2008
Una discusión había cambiado el feliz entorno de los recién casados, ella lo miraba con lagrimas en los ojos, él la miraba de una forma tan fría que le helaba cada parte de su cuerpo que sus ojos veían. Iba a despedirse, a decirle que lo amaba, pero Ethan ni siquiera la dejo abrir la boca. La mujer tomo su maleta y se dirigió a la salida no sin antes mirarlo una vez más. Su corazón latía con fuerza y sus piernas temblaban tanto que temía que fueran a fallarle en cualquier momento. Una lágrima recorrió su mejilla antes de darse la vuelta y cerrar la puerta. Deseaba que él viniera corriendo detrás de ella para pedirle perdón, quería que no la dejase ir, pero no lo hizo y eso le rompió el corazón.
Ethan golpeó la mesa con el puño y la maldijo, estaba seguro que su esposa era la peor de las mujeres, ni siquiera tuvo ganas de ir tras de ella para pedirle una explicación; tan solo la dejó ir. No sentía culpa, no sentía nada, hasta que habló con su padre esa noche y él lo hizo comprender algo, sí no le había pedido una explicación, si no tenía pruebas, cómo podía pensar así de ella. El corazón de Ethan dio un vuelco, y se dio cuenta de lo estúpido que había sido, su orgullo, su machismo, lo había cegado. Recordó los ojos de ella, llenos de dolor. Aún cuando se había dirigido a ella con palabras hirientes, no habían perdido su calidez, seguían siendo honestos y él no lo había visto en ese momento o más bien se negó a hacerlo. Colgó el teléfono y corrió a la recepción, habló con todos los que la habían visto partir, pero nadie supo decirle a dónde se había ido, era como si en dos segundos la tierra se hubiese tragado al amor de su vida.
Estuvo dos semanas en Paris buscándola hasta por debajo de las piedras, pero sin éxito alguno. Su orgullo envolvió nuevamente su corazón y regresó a Nueva Zelanda, la busco ahí también pero tampoco la encontró. Se resignó y termino odiándola tanto o más de lo que alguna vez la amó.
Nueva Zelanda, 2 de Septiembre de 2011.
Mientras bajaba las escaleras reflexionaba sobre lo que había leído en la carta. Su corazón estaba ansioso, pero, ¿se sentía feliz de tener noticias de ella? O tan solo quería gritarle en la cara lo mucho que la odiaba. Saludó a su vecina que salía de su casa en ese momento, la mujer le devolvió el saludo y le dedicó una sonrisa. Ethan se quedó parado en la puerta mirando las gotas de lluvia caer, quiso volver a su casa, era absurdo que fuera ahí pero su curiosidad era mucho mayor que sus deseos por volver a su sombrío hogar. Decidido abrió el paraguas y caminó hasta la esquina del edificio, hizo un ademán para detener un taxi, rápidamente el taxi avanzó hacia él y bajó la ventanilla del auto, un hombre regordete y de aspecto amable observó al joven hombre que estaba en la acera. Era un muchacho alto, con cabellos cenizos, ojos grandes pero inexpresivos, labios gruesos de color rosa, un joven atractivo sin duda, vestido pulcramente pero que parecía abatido y cansado de vivir. Le preguntó a dónde quería ir y éste respondió que quería ir al aeropuerto, el chofer bajó del auto y le abrió la puerta trasera del taxi, el joven cerró el paraguas y se metió dentro del carro, el hombre caminó un poco y entró al taxi también, se puso en marcha y dos cuadras después dobló por la Avenida Tres. El taxista miraba a Ethan por el espejo retrovisor y vio cómo parecía tener una lucha interna consigo mismo, se le notaba nervioso, malhumorado, en un momento sus ojos se encontraron con los de él y el chofer pudo ver un destello de profunda tristeza en los ojos del chico. Bajó la mirada y se detuvo un momento, sin voltear a ver a Ethan alzó la voz.
-¿está seguro que quiere ir al aeropuerto, señor? - desde el asiento trasero el joven alzó la mirada, no dijo nada, sus labios y manos temblaban, y su corazón ya no podía latir a un ritmo normal. ¿A que había venido ella? Se había desaparecido así como así y ahora volvía, como si nada hubiera sucedido, sus ojos se llenaron de rabia y quiso llorar pero se tragó sus lágrimas, miró al hombre y con voz ronca le dijo que lo llevara al aeropuerto. Avanzaron veinte cuadras, el carro dio vuelta en Boulevard Puerto Aéreo y el taxi se detuvo bruscamente frente a la entrada del lugar.
-¿cuánto le debo? -preguntó Ethan con la voz más amarga que su mirada. El hombre lo miró angustiado y le dijo que lo que el taxímetro marcara más la propina que él quisiera darle, el joven le dio un billete grande y salió del vehículo. Ni siquiera se tomó la molestia de abrir el paraguas, en cuanto pisó el recinto su corazón se detuvo por un momento, tenía miedo de verla, miedo de encontrarse con sus ojos llenos de vida, esos ojos que le dedicaron tantas miradas, tantas palabras mudas. Y también tenía miedo de ver sus labios, de escucharla hablar, le tenía miedo y sentía vergüenza, caminó unos pasos y comenzó a buscarla. Al cabo de unos tres minutos se topó con un hombre vestido de negro que tenía en sus manos un papel con su nombre. Ethan levantó una ceja y se acercó a él, carraspeó y el hombre lo miró de los pies a la cabeza.
-¿Ethan Moldoveanu? -preguntó con voz firme, tenía el aspecto de un soldado, el muchacho asintió y casi automáticamente el hombre misterioso le entregó una carta al tiempo que le hacia un gesto al policía que estaba en la puerta. Ethan abrió el sobre y leyó la única línea que estaba escrita con una perfecta caligrafía, una que él conocía muy bien.
“Olvídate de Paris, te amo mucho, mi amor.”
Cuando el castaño alzó la mirada se encontró con un tarro parecido a uno que tenía su abuela donde guardaba las galletas, ni siquiera tuvieron que decirle qué era eso. Su cabeza comenzó a dar vueltas y sintió como si aquel hombre le hubiese arrancado el corazón de una forma tan brutal que ni siquiera lo había sentido. Lo único que escuchó fue un “lo lamento” por parte del hombre, no dijo nada y salió de ahí con las cenizas de su esposa.
Recordaría aquellas palabras que estaban escritas en la hoja toda su vida. Su corazón ya no latía y esas lágrimas que había estado reprimiendo rodaron por sus mejillas confundiéndose con las gotas de la lluvia, quiso gritar pero no pudo. Se sentía estúpido, había sido injusto con ella, había creído en chismes y lo peor, es que había visto en sus ojos que ella no mentía, que jamás lo haría, fue un cobarde y la dejó ir, la perdió y pagaría con creces el error de no correr tras de ella, de no darle la oportunidad de defenderse. Ethan se sentía perdido, no quería ver a nadie, ni escuchar a nadie, lo único que escuchaba era su risa, lo único que veía eran sus labios temblando y tratando de decirle que no había hecho nada, pero no, su orgullo había podido más que el amor que le tenía, nunca dejó de amarla y nunca dejó de esperarla. Le dolía tenerla entre sus brazos, le dolía porque ya no era ella sino un montón de cenizas.

Tu parte natural

El agua es cálida como tus brazos,es tan clara como tus ojos,
Tu piel es suave como el viento de una tarde de verano.
Tus mejillas son como dos duraznos, suaves y dulces, llenos de color…
Tu cabello es como el pasto donde me gusta recostarme a descansar, y tus labios son como dos mariposas que reposan sobre mi vientre al anochecer.
Un día a tu lado es como estar un día en el campo más fino y dulce del universo,
un beso tuyo es como beber el agua cristalina de un manantial.
Pensar en ti es dejar que las aves vuelen sobre mi cuando miro al cielo, cuando duermes a mi lado puedo ver las estrellas sobre ti.
Esa nueva canción habla sobre ti, cada verso es una de las líneas que conforman tu cuerpo, una taza de café me acompaña mientras trazo cada una de ellas, los cuentos más fantásticos son un trozo de ti, aquel pequeño trozo que hay de ti en mí.
Parece que hemos recorrido todas las calles tomados de la mano, es como si todas las luces de la ciudad tan solo alumbrasen cada paso que damos, y mientras te escribo en este trozo de papel alguien toma una fotografía de él, plasmándolo en el infinito.

Noah: So it’s not gonna be easy. It’s going to be really hard; we’re gonna have to work at this everyday, but I want to do that because I want you. I want all of you, forever, everyday. You and me… everyday.
The Notebook.
Tal vez las cosas no son como uno las espera muchas veces, amamos incondicionalmente pero a veces el amor no es suficiente, por ahí dicen que el amor no paga la cuenta, y el amor no rompe barreras, el tipo de amor que yo conozco porque aun está ahí es distinto; te paga la cuenta de vez en cuando y hace que te vayas satisfecho de las cosas que disfrutaste, hace que tu corazón se regocije con los recuerdos, que uno de tus cabellos mal acomodados sea el peinado más sexy que puede haber porque para esa persona tu cabello es genial, hay muchas clases de amor aun en pareja, cada una es distinta y puede que tengan cosas en común pero nunca podrá compararse.
Las cosas que se sienten y se atan al alma se quedan ahí y no se van jamás por más que trates de desecharlas, las sonrisas que forman mis labios en el día son para ti porque alguna vez dijiste que mi sonrisa era genial, cada palabra que te digo es un te amo escondido. Los temores desaparecieron aunque hubo veces que parecía que no, hoy desconozco a esa chiquilla asustada que te encontraste llorando en un rincón y puedo asegurar que ella se quedo ahí para darle paso a la mujer que estaba dentro de ella.
Explorar nuevos horizontes es bueno si, pero también es bueno quedarme sentada frente al puente que mas me recuerda a ti aun cuando nunca lo pisamos, al menos por un momento esa es la mejor opción, se construyen casas con cemento, cimientos, pintura, piedras pero también se construyen castillos en el aire aun más resistentes que todos estos materiales, ahí es donde me gusta vivir cuando me siento perdida. Los enojos terminan por olvidarse, el orgullo no existe y si acaso quiere asomar la nariz lo empujo con rapidez, hay demasiadas cosas buenas y malas en la vida, pero tú eres y serás lo mejor que pudo pasar.
No sé si esto tenga sentido pero…
…Dicen que el alma le volvió al cuerpo, el cual yacía inerte en el frio piso del lugar, sus labios estaban fríos pero aun respiraba y en sus ojos había un brillo especial.
La tome entre mis brazos y frote sus manos con las mías, recargue su frente contra mi pecho para que no sintiera mas frio y sin embargo ahí estaba ella sin signos de querer volver. Aun cuando su alma lo había hecho, tal vez era que su cuerpo estaba acostumbrándose al calor nuevamente porque el brillo que tenia era el de la lucha, el de las ganas insaciables de seguir en pie e ir a buscarme, me amaba y había arriesgado su vida por mí, aun cuando yo la había dejado por tratar de salvarnos a los dos.
Hoy y en este preciso momento me doy cuenta que jamás debió ser así, que debía llevarla conmigo a donde fuese porque si la amaba entonces el amor que sentía por ella iba a estar como un escudo protegiéndonos a los dos, siempre fue fuerte y lo mostro, siempre con esa sonrisa de hielo a la que sus ojos llenos de fuego derretían me hacía saber que las cosas estarían bien porque la tenia conmigo, tal vez para alguien como yo esto es un absurdo, pero hoy con ella entre mis brazos se que todo lo que deje atrás, todo lo que sacrifique y todo lo que espere valió la pena porque aun cuando parecía que daría su último aliento fijo su mirada en mi y quemo todo mi ser con esa sonrisa de fuego que ahora se deshacía de lo helado de su cuerpo.

¿Como Fue?


¿Como es que te cruzaste en mi camino?:
Fue una noche triste, cuando estaba sola, nos amoldamos de repente.
El aire me hacía falta y poco a poco te volviste el oxigeno que necesitaba.
Los sueños son eso suenos, pedí ser feliz y la felicidad llego con tu ser.
Jamás pensé que fuese merecedora de algo tan bello, a veces me pierdo en ese hilo estrecho de mis pensamientos, donde me aquejan miles de cosas pero siempre estás tú. Para todo, para mirarme, sostenerme y amarme por sobre todo, nunca dejes de soñarme por mas minimo que sea el sueño, nunca dejes de amarme por más que sea el tiempo, nunca dejes de ser mi todo. Hay luces que se apagan con el tiempo, ¿por qué? Porque ya era timepo o simplemente porque las llamas se extinguieron. Tú eres luz, eres aire, eres tacto y eres el palpitar de mi corazón, tú y nadie más sabe como calmar mi ansiedad, mi hiperactividad y las ganas de matar a uno que otro ser que prefiero no mencionar.
Tú luz jamás se apagará, porque si eso pasa entonces no habrá razón para andar, ni siquiera para respirar. Porque te volviste el oxigeno y sin ese según oí no se puede vivir.

Nota: Del principio a "llegó con tu ser" son del día 10/07/09. Lo demás lo hice hoy.
Te amo Monstruo

Memorias sin Recuerdos


No hubo tiempo de decirte adiós o sonreírte una vez más.
No hubo tiempo de un último abrazo y me quede con las manos al aire.
Tu risa, tu voz y tu cuerpo se han desvanecido desde hace un tiempo.
Pero tu recuerdo sigue tan vivo como la última vez que me tuviste entre tus brazos.
Mis llantos fueron disminuyendo con el tiempo, aprendí a crecer sin que tomaras mi mano, aprendí que aun sin tu presencia debía seguir. Que así como un día aplaudiste mis pasos, volverás a aplaudir mis logros desde donde quiera que estés.
Sé que las heridas se cierran, algunas tardan más pero sanan al fin de cuentas. Estar o no estar, hablar o no hablar, sentirte o no hacerlo. El tiempo nos hace crecer, llorar, tropezar pero vivir finalmente.
Me es difícil aceptar que no estás, me es difícil aceptar que nunca escuchare tu sonrisa, que no sentiré tu tacto y no escuchare tu voz. Aun mas difícil cuando no recuerdo ni uno solo de estos gestos tuyos hacia mí.
Me quede tumbada en un callejón, sola, desamparada y aun así con ganas de vivir, así que te pido:
Déjame vivir pegada a tu recuerdo, ese que no lastima sino que me hace sonreír.
Ya que antes de que partieras...No hubo tiempo de sonreirte una vez más...


A veces me haces mucha falta. Te llevo aquí [] SIEMPRE!